La isla que supuraba sangre. Capítulo 2
2.
Dos semanas antes éramos todavía un par de desconocidas, maleta de ruedas en la cubierta del barquito de Ramón, la curiosidad intacta del primer día de facultad, tantos años después de los dieciocho.
Tienen las amistades tejidas con prisa la memoria de un tiempo que se sabe frágil y conviene apurar. El primer día tocó potaje y bistec de cerdo. De postre, la certeza de que no saldríamos siendo los mismos.
-Dicen que aquí se acumuló tanta muerte que la isla ahora devuelve todo en positivo, comentó Iria, y yo quise creerla.
Las comidas de las primeras veces, las conversaciones de las primeras veces, son un ejercicio a medio camino entre la psicología y lo inquisitorial. ¿Cuánto hay de verdad de ti en la sonrisa con la que respondes a cualquier comentario, en la mano agradablemente tendida para presentarte? ¿Cuánto tiempo serás capaz de guardar las apariencias para que no sepan de tu fragilidad?
La liturgia de las primeras veces incluye cucharas tocando tazas de café que se sorben a trago lento, porque nadie quiere retomar la conversación que se había quedado atragantada entre el segundo y el postre. La liturgia de las primeras veces incluye paseos de descubrimiento y elevator pitchs de la propia vida, a medio camino entre la exageración del que magnifica sus logros y la timidez de aquella a la que no le gusta hablar de sí misma. Yo estuve siempre en el segundo grupo.
En la mascarada que son siempre las primeras veces, Helena fue la única que hizo caer la primera capa de la cebolla que nos cubría a los seis como un manto cálido de vientre materno. Nos contó que en un pasado no muy lejano, en un universo a tiro de piedra de la isla, al otro lado de la orilla que Ramón había navegado con su barca, había sido inmensamente infeliz.
Emergió entonces un silencio incómodo, que no habría podido ser cubierto por ningún comentario de la liturgia de las primeras veces.
La infelicidad tiene nombre. La suya se llamaba Manuel. Foto de perfil en Instagram. 1.85, pelo moreno, bronceado y pectorales.
-Si lo veis por Tinder, ¡huid, chicas!
Todos sonreímos, cinco con la incredulidad en el cuerpo, ella sabiendo de lo que hablaba.
Se atragantó el postre y nos fuimos a las habitaciones. Fuera llovía como quien espera ver a los animales de Noé camino del arca. Helena se secó las lágrimas mientras subía las escaleras mirando hacia el otro lado de la ría, asegurándose de que Manuel nunca podría volver a verla.